Bergoglio y Francisco

El Papa fue un hombre con sentido de lo que pasa en el mundo. Era así como obispo de Buenos Aires y lo ha sido como obispo de Roma
De Bergoglio comencé a oír hablar cuando era novicio a finales de los 70. Hizo su última etapa de formación en Alcalá de Henares, la tercera probación de los jesuitas. Recuerdo que su maestro en Alcalá seguía con mucho interés su vida en Argentina —al poco tiempo le habían hecho maestro de novicios y luego le hicieron provincial— y nos hablaba frecuentemente de él como de una persona especial, con algo extraordinario.
Él era conocido en América Latina. Una década después de entrar en la Compañía me enviaron a Brasil a estudiar y también allí oí hablar mucho de él. Sin haberle encontrado nunca personalmente tenía una imagen de él que recogía su fama dentro de la Compañía, lo que pensábamos los jesuitas de él. Cuando le hicieron papa, al día siguiente, buscaron un representante de los jesuitas y tuve que ir a RTVE a hablar de él —respondiendo a las preguntas de varios periodistas—.
Me hicieron muchas preguntas sobre lo que se podía esperar de su pontificado, y respondí con lo que sabía de él por lo que había oído. Estos días he vuelto a ver aquel programa. Me equivoqué, por ejemplo, diciendo que no esperaba cambios en el papel de la mujer, y hay dos mujeres en los puestos más altos del Vaticano y la posibilidad de seguir nombrando a más. Acerté, y eso era más fácil, en decir que no esperaba que hubiera mudanzas ni en la ordenación de mujeres ni en el celibato de los curas. La imagen que me había llegado de él era la de un hombre con sentido de lo que pasa en el mundo, con olfato y me parece que ha sido confirmada, también pronostiqué que sería un Papa de tomar decisiones y de dar pasos. Ha sido el líder de la humanidad que ha tratado los problemas más candentes que tenemos entre manos de manera realista y esperanzada. Por su itinerario y sensibilidad evangelizadora me parecía previsible que nos conduciría a una Iglesia más misionera y más orientada hacia afuera. Luego nos habló de la “Iglesia en salida”. También por su sensibilidad hacia los pobres y las personas vulnerables, también cabría esperar una Iglesia más orientada hacia los pobres, con mayor sensibilidad social.
No estoy intentando decir “ya lo decía yo”, estoy tratando de decir que Francisco también era Bergoglio y que su impronta, por lo que sabíamos de él, se ha notado. Por otra parte, aunque dije que es hombre de decisiones, entonces me callé —por respeto al nuevo papa— que con frecuencia sus decisiones generan divisiones y críticas, como había sucedido en su país natal. También sus decisiones han generado su oposición en su pontificado.
Su interés por la sinodalidad, por la recuperación del Vaticano II, por la promoción del papel de la mujer en la Iglesia, por el diálogo interreligioso, por el cuidado de la casa común o por la amistad cívica y la fraternidad universal eran imprevisibles para mí entonces, no parecían formar parte de la agenda de Bergoglio y, sin embargo, han sido temas centrales de su
pontificado.
Cuando tenía trato frecuente con él, leí el espléndido libro de Gerard O’Connell, The election of Pope Francis, donde además de dar cuenta del cónclave que lo eligió, recoge muy bien los diálogos y discusiones del precónclave. En uno de nuestros encuentros le dije al Papa: “He leído este libro y me parece que usted está siguiendo como programa de pontificado lo que salió de aquel precónclave”. “Así es”, me respondió. El diagnóstico y las propuestas que allá se barajaron sirvieron de programa a Francisco para su pontificado.
No fue el papa Bergoglio. Fue el papa Francisco, llevando adelante un programa marcado por el diagnóstico y propuestas que los cardenales hicieron en las reuniones previas a su elección, eso sí, como no podía ser de otra manera, con la impronta personal de Bergoglio. Fue un buen jesuita que trató de cumplir la misión que la Iglesia le encomendó.
El autor es prefecto emérito de la Secretaría para la Economía de la Santa Sede.