Morir en la cárcel

La última y bochornosa estación del sistema judicial mexicano es la cárcel. Ahí van a parar muchos inocentes, otros que ni sentencia tienen, así pasen los años y algunos criminales de toda laya. En la cárcel estaba Miguel Cortés, el feminicida de Iztacalco a quien se detuvo minutos después de matar a una muchacha y agredir ferozmente a la madre cuando trataba de defenderla; en la cárcel estaba el youtuber Yudiel Flores, cumpliendo condena por trata de personas, pornografía infantil y violación; y entre rejas estaba también, por remontarnos un poco más atrás, Jesús Hernández Alcocer, quien mató en 2022 a la cantante Yrma Lidia, su joven esposa. Tres criminales sin paliativos cuyo destino no podía ni debía ser otro tienen ahora algo en común: murieron allí dentro, bajo la custodia del Estado y en circunstancias oscuras. Para quienes defienden la pena de muerte, estos casos vendrían a satisfacer sus expectativas. Las víctimas, sin embargo, se quedan sin la justicia cumplida y los investigadores, faltos de buena información para seguir desentrañando otros posibles casos.
“Al menos si Miguel Cortés hubiera muerto con sentencia de las víctimas que se le saben y de las que no... Ya no lo sabremos, si hubo más mujeres asesinadas se llevó el secreto a la tumba”. Eso ha dicho Erendali Trujillo, abogada de Cassandra, la madre de María José, la joven de 17 años a la que asesinó en su casa. El lunes 14 de abril fue hallado sin vida en su celda de Chiapas Yudiel Flores, al que se conocía como el Coyote con Sentido. Apareció ahorcado, pero la autopsia señala un estrangulamiento previo. El caso habla de la podredumbre en los penales, porque se han encontrado imágenes de su celular que evidencia que su actividad delictiva y pornográfica continuaba en el interior de la cárcel con menores internados allí. Además, él mismo presentía un posible asesinato y dejó inculpados de antemano a funcionarios de la cárcel, de quienes dijo que pertenecían a una red de extorsión en la que lo obligaban a participar bajo amenazas. Bonita custodia la de Estado, que no evita los delitos dentro de las prisiones. Mucho que investigar.
México está acostumbrado a un sistema penitenciario que, lejos de cumplir su cometido, castigar con la privación de libertad y procurar la reinserción, proporciona a numerosos delincuentes una vida a todo tren mientras a miles de inocentes los condena al abismo. Mucho se ha escrito sobre la vida de los criminales del narcotráfico en prisión, donde tienen sus oficinas y manejan sus negocios como si estuvieran en la calle, donde celebran fiestas con mujeres y orquestas, mueven drogas y dinero en cajas fuertes, disponen de armas o ven el fútbol en ostentosos televisores de plasma. Todo ello, una verdad ya sabida, salió con estruendo a la luz tras el motín del 1 de enero de 2023 en un penal de Ciudad Juárez. Es solo un ejemplo. ¿Qué ha cambiado desde entonces? Poco o nada.
Se entiende que los grandes y medianos capos del narcotráfico puedan encontrar también su muerte en las cárceles, después de todo el sistema criminal sigue fluyendo allá adentro y a muchos no les interesa que se reinserten ni que canten. Pero se encuentra menos sentido a las muertes de otros como los citados antes. Del feminicida Hernández Alcocer se citó informó de un infarto. Quién sabe. La muerte del asesino de Iztacalco está inmersa en una nube de humo, que si se cayó en su celda, que si fue una intoxicación, que si tomó más pastillas de las que tenía recetadas. La abogada Trujillo ha pedido incluso una autopsia para ver si el muerto es él de verdad: “Estamos en México, donde cualquier cosa puede pasar”, ha declarado, temerosa de que una muerte falsa le librara de la justicia. Y del youtuber violador, por las circunstancias de su muerte y por lo que declaró antes cabe imaginar cualquier asunto turbio.
En México, como decía Trujillo, pueden pasar muchas cosas, hasta inimaginables, pero de otras hay certezas por todos lados. Que las cárceles son un foco de corrupción y criminalidad es un hecho cien veces constatado que no acaba de encontrar una solución. No es de extrañar que el envío a Estados Unidos de 29 presos gratis et amore se ejecute sin que a la ciudadanía le importe un bledo. Quizá allí cumplan su condena en las circunstancias de un preso, y no entre los lujos y manejos propios de los capos, han de pensar. Quizá allí no se excava un túnel para escapar en motocicleta a la luz de las bombillas.
Quizá. Pero hace falta mucho más que trasladar narcotraficantes al país vecino para acabar con las inconsistencias flagrantes que presentan los penales mexicanos. Si la justicia no se había impartido con todo rigor antes, la cárcel se encarga de tomarla por su mano. Y las víctimas se quedan sin la
reparación debida.