¿Qué me ves?

Muchas miradas he conocido, gozado y sufrido. Supe de las que matan, como puede entenderlo quien se haya enamorado, pero también de esas que invitan a morir y en ese mismo ofrecimiento convidan a vivir.
Una de ellas que se resiste a salir de mi cabeza, por más que trato de espantarla, igual que intento hacerlo con los buitres que empiezan a volar sobre mí.
“Se estrella muy dentro de tu ser el rostro del hombre que con una insignificante manguera de jardín pretendía hacer frente a un gigante de fuego que se burlaría de mil y una de ellas, pero que defendía así, solo, el patrimonio de sus hijos ubicado en lo más alto del cerro, literalmente, de la marginación”, escribí hace mucho tiempo acerca del encuentro que tuve con mirada tan necia.
Todo inició cuando la que juega con el corazón, la que invita a vivir placeres inexplicables, la que une la angustia por lo desconocido con la certeza del gozo que trae hacer lo que se debe hacer, despertó en la madrugada a los bomberos que acompañaba en la Estación Central.
Convocados por la alarma, un bombero de verdad y yo estábamos en el obscuro y estrecho pasillo que conducía al patio de una vivienda con un cuarto en llamas. En ese sitio imaginé el diálogo que segundos antes pudieron sostener el fuego y quien trataba de salvar el raquítico patrimonio familiar:
—Es lo poco que tienen quienes más quiero…
—Si pudiera reír en lugar de bramar, no dejaría de hacerlo. ¿Ves la magnitud de mi grandeza y la insignificancia de aquello con lo que pretendes liquidarme?
—Risa debería darme escuchar que con la razón pretendes deje de hacer aquello que emprendo por amor.
Pronto relevamos con una línea de una y media pulgadas y más de 100 libras de presión al hombre que trataba de salvar el patrimonio de su familia. Antes nos vimos a los ojos y hablamos sin abrir la boca. El fuego se defendió furioso, pero finalmente sucumbió.
Nunca volví a ver a esa persona, sin embargo, me sigue viendo.
¿Así de fuertes serán otras miradas?
¿Exonerará de la toma de malas decisiones en el poder emular el rictus de dolor y la aceptación del mártir que padece juicios injustos en aras de causas justas?
¿Y si dejara que fueran politólogos u oftalmólogos quienes respondieran esas preguntas con las que, como si fuera gobernante, trato de diferir las respuestas que debo?
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