Columnas - Manuel Rivera

¡Déjenme en paz!

  • Por: MANUEL RIVERA
  • 03 DICIEMBRE 2025
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¡Déjenme en paz!

Ay, Manuelito, eres más necio que una mula”, así marcaba ella desde muy niño la personalidad que regiría gran parte de mi vida.

Y como si fuera un embrujo esa sentencia de mi abuela —en más de una ocasión mi mamá concedió a su suegra la capacidad de hacer hechizos— me mantenía en mi posición frente al escritorio de la asistente del ejecutivo con quien deseaba hablar.

—¿Quién es usted? —fue el primer y único cuestionamiento que me repetía la dama de elegante traje sastre y fina joyería, quien fungía como integrante del cuerpo de asistentes que trabajaba en las oficinas de ese corporativo, mujeres que parecían ser distinguidas modelos, la mayoría de piel blanca y cabello rubio o negro azabache.

—Tengo más de medio siglo preguntándomelo y aún no lo sé —le respondí.

—No, no, dígame quién es usted —insistía la mujer con desesperación creciente ante un filósofo frustrado y necio como una mula.

—En serio te lo digo, por más que lo he intentado, todavía no sé quién soy —reiteré con amabilidad y convicción.

Lo que parecía el debate interminable de dos formas opuestas de ver el mundo, por fin concluyó cuando salió de su oficina el ejecutivo que buscaba, buen amigo desde hacía tiempo al que di un abrazo que, aunque no respondió al cuestionamiento sobre qué es realmente el hombre, confirmó que éramos iguales, fuera lo que fuéramos.

Este recuerdo destapa por enésima ocasión las cuarteaduras de los restos de mi mente, consecuencias del jaloneo entre la razón que me grita que todos los seres humanos compartimos la misma esencia y la soberbia de mis iguales que se creen distintos.

 ¿Cómo no fracturarse mi cabeza, cuando hay un sector de la “oposición” política que ataca al régimen llamando “presirvienta” a la mandataria o restregándole la ausencia de linaje y de apariencia anglosajona en quienes la apoyan?

Sirvienta o trabajadora doméstica pudo ser mi mamá, empleo que de haberlo tenido jamás hubiera sido motivo de mi vergüenza y sí siempre orgullo de un hombre que piensa que el trabajo enaltece.

Igual de peleado con toda neurona me parece la descalificación de los derechos y capacidades de quienes sólo son distintos por las circunstancias étnicas y socioeconómicas que viven. Nunca dejaré de admitir que la paciencia y el sacrificio de mi padre me dieron las oportunidades que muchas otras personas merecían más que yo.

¿Y cómo no acabar por hacer trizas los restos de mis circunvoluciones cerebrales las palabras de una presidenta y de un partido mayoritario, que asumen poseer una naturaleza tan distinta a la humana que son incapaces de equivocarse y pedir perdón?

Por cierto, ¿quién es usted?


riverayasociados@hotmail.com


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