Gratitud con Mario Vargas Llosa

Había un soldado estoico en el alma del Nobel, que respondía al mal con imaginación, ironía, humor e inteligencia. Y con una inagotable combatividad moral. Yo sólo quise acompañarlo en su valerosa travesía liberal
Ha muerto Mario Vargas Llosa. Hace unos días, pensando en él, volví a recordar un poema de gratitud que se canta en la Pascua judía. Se titula “Dayenu”, Nos bastaría. Data del siglo IX y es una concatenación de expresiones de gratitud por los prodigios sucesivos que el pueblo de Israel recibió en su éxodo hacia la Tierra prometida. Extraído de su contexto religioso, el canto suena más natural y permanente. Puede expresar, por ejemplo, la gratitud acumulativa de hijos a padres, de discípulos a maestros. Con él quiero expresar mi gratitud de lector, de intelectual, de liberal y de amigo.
Si Vargas Llosa solo nos hubiese dado su obra de ficción, nos bastaría. Cuántas aventuras e historias nos han hecho vivir vicariamente sus novelas, cuentos, piezas de teatro. Cuánto hay que agradecer la sutil construcción de sus tramas, sus personajes inolvidables, su arquitectura clásica pero también osada, innovadora, su prosa nada barroca: precisa, riquísima y transparente. Recuerdo ahora Historia de Mayta, radiografía suprema del fanatismo guerrillero en Latinoamérica: una torcida religiosidad católica radicalizada hacia el marxismo y enamorada de su autoproclamada virtud llenó de muerte la región para luego volver la vista atrás sin verdadera conciencia o memoria de su responsabilidad en la tragedia. O La guerra del fin del mundo, esa gran épica tolstoiana, ese lienzo digno de Brueghel o el Bosco: asesinos brutales, bandidos de leyenda, cangaceiros implacables, curas pecadores, enanos de circo, prostitutas, beatos y beatas, comerciantes conversos. Lienzo de miseria, pero también de redención. Y cómo olvidar La fiesta del Chivo, retrato alucinante y definitivo del dictador latinoamericano que también lo es de la sociedad y el entorno que lo reclama y aplaude, y que finalmente, en un grito de libertad, a veces, lo exorciza.
Nada más remoto a Vargas Llosa que la fascinación del poder (tan característica en nuestra cultura y nuestra literatura). Pero lo notable ha sido su capacidad de canalizar su repulsión hacia la recreación puntual, quirúrgica de la maldad. La literatura se vuelve así la mejor venganza. Sin embargo, es preciso soñar con un mundo mejor, y ese fue el motivo de El Paraíso en la otra esquina, el retrato de Flora Tristán, tan ligada a la historia peruana, a la historia del arte y a la historia de una idea que obsesiona a Vargas Llosa como obsesionó a la humanidad desde la Ilustración, y que nuestro tiempo, quizá, ha sepultado: la idea de la Utopía. Y, en ese mismo género, destaca Tiempos recios, cuyo trasfondo es el golpe de Estado al presidente de Guatemala Jacobo Árbenz en 1954. Sin ese acto de incomprensión y soberbia de Estados Unidos –con personajes que prefiguran a Trump– no se explica la deriva comunista en América Latina, que seguimos pagando.
Si Vargas Llosa solo nos hubiera dado sus novelas, pero no su obra de no ficción, nos bastaría. Pero nos ha dado también extraordinarias obras de no ficción. La utopía arcaica, por ejemplo, dolorosa y empática radiografía del indigenismo peruano. Hacia 1993 publicó El pez en el agua (su autobiografía), exorcismo de una ardua campaña presidencial, valiente presagio de libertad en el continente. Ajuste de cuentas de Mario consigo mismo, el libro permitió a sus lectores asomarse a las desgarraduras y dolores, refugios y redenciones de su vida infantil y juvenil, y comprender su pasión por la literatura y la libertad.
Si Vargas Llosa solo nos hubiese dado sus novelas y sus libros de no ficción, pero no hubiese escrito reportajes o artículos, nos bastaría. Pero ocurre que también nos ha dado una obra vasta y aguda en esos géneros. En los años setenta, transitó de la liberación a la libertad, del universo racionalista y revolucionario francés al universo empírico y liberal inglés. Estábamos en la antesala de los ochenta, en la que la revista Vuelta de Octavio Paz enfrentó a las dictaduras de derecha y las revoluciones de izquierda. Mario dio muchas de sus batallas en nuestra revista. En Vuelta publicó su desgarrador reportaje sobre la matanza de Uchuraccay.
Si Vargas Llosa nos hubiera legado su obra de ficción, sus monografías y ensayos, sus artículos y reportajes, pero no hubiese desplegado ningún esfuerzo político directo, obviamente nos bastaría. Pero también ha desplegado ese esfuerzo. Su lucha por la presidencia del Perú en 1990 fue presagio de una era de libertad que ahora parece olvidada, pero volverá. En el Encuentro Vuelta de 1990 sepultó al PRI con una frase: “México es la dictadura perfecta”. En 2002 creó la Fundación Internacional para la Libertad, que ha congregado al pensamiento liberal ofreciendo soluciones prácticas a los problemas de la región. Al poco tiempo en congreso de la FIL en Caracas, Hugo Chávez, en una de sus típicas bravuconadas, lo retó a un debate público. Mario, con su valentía habitual, aceptó. A última hora, previsiblemente, Chávez reculó.
Si a lo largo de más de medio siglo de actividad literaria e intelectual mis caminos y los suyos nunca se hubieran cruzado, le estaría agradecido. Pero, para mi inmensa fortuna, nuestros caminos se cruzaron. Yo sólo quise acompañarlo en su larga y valerosa travesía liberal.
A veces notaba yo en su rostro una expresión de tristeza ante el desolador espectáculo del mundo. Pero de pronto, con naturalidad, veía aparecer una sonrisa. Había un soldado estoico en el alma de Mario, pero un estoico que respondía al mal con imaginación, ironía, humor e inteligencia. Y con una inagotable combatividad moral.
Hoy 13 de abril en la noche es la Pascua Judía. Hoy las familias entonan el Dayenu. Hoy, una vez más, te doy las gracias, Mario. No renunciaremos a la Tierra Prometida de la libertad. Pero mientras llega, la Tierra Prometida es la literatura, tu literatura.