Asia es algo más que China

Es razonable protegerse de Trump y acercarse a la potencia adversaria, pero esto último puede tener un coste que no compense los beneficios
El giro dado por el Gobierno de Trump en las relaciones comerciales y políticas internacionales se asemeja a un tráiler de gran tonelaje que se sale de la vía y comienza a maniobrar a toda velocidad de forma temeraria: invade el carril contrario, frena en seco, retoma el rumbo inicial y sigue dando bandazos mientras siembra el pánico a su paso. Todos temen que en algún momento se estrelle, aunque no sepan contra qué ni quiénes serán las víctimas. Por lo pronto, ya ha habido una: la confianza de sus aliados europeos. Al caos de la dirección hay que añadir otro factor de riesgo: la prepotencia del conductor. El regodeo de Trump al humillar a débiles y necesitados —Zelenski ante las cámaras, o los palestinos cuando anunció la conversión de Gaza en un resort turístico— es sádico, morboso e innecesario. Y obvia el consejo de Maquiavelo al príncipe: infundir miedo puede tener ventajas; generar odio, ninguna.
En estas circunstancias, lo razonable es apartarse y protegerse. Incluso resulta comprensible plantear un acercamiento a la potencia adversaria: China, el gigante asiático que espera cosechar ganancias en esta crisis. Si bien para la UE —como ha señalado en estas páginas Alicia García Herrero en su artículo A pesar de Trump, Europa no debe lanzarse a los brazos de China— el elevado coste de esta opción no compensa los beneficios.
El presidente Macron no han sido el único en recibir un electroshock. Los aliados asiáticos tampoco se han librado de la descarga. Japón, Corea del Sur y otros tantos se han topado con el órdago inclemente de los aranceles. El caso asiático es, si cabe, más hiriente, dada la relación de codependencia entre las partes. Trump podrá percibir los compromisos transatlánticos como una rémora para el proyecto MAGA, pero el Indo-Pacífico ha ganado relevancia y forma el eje central en la rivalidad geoestratégica con China. En el caso de Japón se da la paradójica circunstancia de que EE UU tiene a un aliado indispensable. El secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, declaró hace unos días que el vínculo militar entre Japón y Estados Unidos forma la piedra angular de la seguridad en el Indo-Pacífico, e insistió en la mejora de sus Fuerzas Armadas para crear un cuartel general de combate de carácter disuasorio frente a China.
Por ello llama la atención la dureza de las medidas. Ahora bien, el América primero de Trump no significa una América sola, aunque implique que sus aliados se coloquen a los lados o por detrás, a modo de Estados vasallos. Más bien estamos ante una redefinición de las relaciones bilaterales. “Tenemos una gran relación con Japón”, dijo Trump, “pero tenemos un acuerdo interesante por el que debemos protegerlos, pero ellos no tienen que protegernos”. Un cambio en las condiciones generales, incluidas las pactadas por el propio presidente con anterioridad: en 2019, ambos países firmaron un acuerdo de libre comercio que las tarifas contravienen.
Con la excepción de Filipinas, que ha respondido con “optimismo moderado”, la reacción inicial ha sido, en general, de desconcierto y crítica, seguida de una adaptación sobre el terreno. Algunos gobiernos están en negociaciones con Washington, en línea con lo sugerido por Trump, al insinuar una flexibilización arancelaria a cambio de propuestas comerciales “fenomenales”. Táctica de regateo de bazar que podría provocar una dinámica de competencia a la baja entre países de la región, impulsándolos a ofrecer cada vez mayores concesiones para mantener acceso al mercado estadounidense. Esta parece ser la opción adoptada por Vietnam y Camboya.
En el largo plazo surgen dudas sobre la posibilidad de mantener una colaboración amistosa bajo la espada de Damocles de los aranceles o cualquier otra inesperada medida de represalia. A fin de cuentas, quién puede confiar en la durabilidad de una relación con un socio que hace bullying.
Por ello, países como los de la ASEAN, Japón, Corea del Sur o Australia están considerando una reorientación que les permita reducir la dependencia comercial y militar de Estados Unidos y sea compatible con la preservación de las relaciones transpacíficas.
Los hilos conductores de este otro giro serían defender el orden económico liberal y los principios democráticos fundamentales. En consecuencia, apostar por una estrategia de diversificación y colaboración con países afines: además de los mencionados, India, los países del Golfo y la Unión Europea. Aprovechar iniciativas como el Acuerdo Integral y Progresista de Asociación Transpacífica (CPTPP, por sus siglas en inglés), que ofrecen plataformas clave para expandir el comercio intrasiático. Buscar una mayor inserción en mercados de alto crecimiento, como el de la India. En el plano político, fortalecer los vínculos con otras democracias y aliados naturales con los que se comparten valores, con la finalidad de apuntalar un orden internacional cada vez más debilitado por el avance del autoritarismo. El multilateralismo de los nuevos emperadores, Putin y Xi, a los que Trump parece emular con sus aspiraciones árticas, no es la fórmula. El diario económico Asia Nikkei apunta en un editorial en esta dirección al reivindicar la presencia de Japón en la escena mundial en defensa de los principios del libre comercio.
Son propuestas igualmente válidas para España y la Unión Europea.