Una educación que se construye desde abajo

En Tamaulipas, las bardas de las escuelas han empezado a hablar. No lo hacen con consignas ni con pintura, sino con ladrillos, concreto y voluntad. Dicen algo que pocas veces se reconoce en los discursos oficiales: que la educación pública también se levanta con el compromiso silencioso de madres y padres de familia que, con recursos limitados, están reconstruyendo la dignidad de los planteles escolares.
El programa “La Escuela es Nuestra”, impulsado por el Gobierno federal, pero con respaldo logístico desde el estado, se ha convertido en una fórmula eficaz de corresponsabilidad ciudadana.
No sólo canaliza recursos directamente a los Comités de Administración Participativa, sino que pone en manos de quienes conocen, de primera mano, las carencias de las escuelas, la toma de decisiones. Y eso, en tiempos de tanta desconfianza hacia la autoridad, es una apuesta revolucionaria por la confianza.
Más de 351 millones de pesos llegarán a Tamaulipas este 2025 a través de este esquema. El gobierno estatal, encabezado por Américo Villarreal, ha optado por acompañar, no imponer; por facilitar, no sustituir, y eso ya es mucho decir cuando hablamos de burocracia.
Miguel Ángel Valdez García, titular de la Secretaría de Educación, lo ha explicado con claridad: “Lo que tienen es que sea totalmente decisión de los padres de familia y no de la autoridad educativa”. Así, desde las aulas hasta los baños, pasando por bardas, aires acondicionados, techumbres o mobiliario, los cambios son visibles y tangibles.
¿Cuántas veces los programas sociales terminaban secuestrados por gestores, líderes o funcionarios con apetitos electorales? Hoy, la lógica cambió: la asamblea de padres decide en qué se invierte el dinero y, al final, los beneficiarios directos no son los políticos, sino los niños y niñas que tienen un salón más digno donde aprender.
“La Escuela es Nuestra” ha sido, sin mucha propaganda, uno de los programas más eficaces en materia de infraestructura educativa, y Tamaulipas lo ha aprovechado con sensatez. Aquí no se centralizó el control, no se maquillaron cifras ni se “revisó” a discreción cada comité como si todos fueran sospechosos.
Si se construyen muros es para proteger a la infancia; si se pintan aulas, es para renovar la esperanza y si se fortalece la infraestructura, es para que la educación deje de ser la eterna promesa postergada.
Mientras algunos se ocupan en la grilla y otros buscan en cada peso una oportunidad política, hay padres y madres que están haciendo historia desde las banquetas de sus escuelas. Y eso también es construir futuro.