Lo que Pepe Mujica le diría a Tamaulipas

Ayer murió Pepe Mujica, y con él no sólo se fue el expresidente más querido de Uruguay, sino un referente ético, incómodo y entrañable de la política latinoamericana. Mujica habló siempre con claridad, a veces con crudeza, pero nunca sin propósito. Por eso, su figura trasciende las fronteras de su país, porque su austeridad era política y personal, auténtica. Su testimonio, un alegato contra el cinismo; su legado creo que puede ser una brújula para sociedades como Tamaulipas, como el norte de México, donde conviven la promesa y la fractura.
Durante décadas Tamaulipas ha vivido entre contrastes. Es uno de los motores industriales del país con una posición estratégica y una capacidad exportadora que lo distingue, pero también enfrenta desafíos que no pueden ignorarse. Alberga algunas de las aduanas más importantes del país, pero también redes de poder profundamente arraigadas. Es un corredor de oportunidades, pero también de silencios. A su dinamismo económico se superponen tensiones, rezagos y zonas donde la institucionalidad aún necesita fortalecerse. En medio de esta compleja realidad, ¿qué le diría Mujica a Tamaulipas?
Probablemente, Pepe comenzaría por recordarnos que el desarrollo no puede medirse sólo por la cantidad de exportaciones o el dinamismo de las maquilas; que el éxito de un estado no se resume en indicadores macroeconómicos, que la verdadera transformación ocurre cuando los pueblos son capaces de pensar en su dignidad y no sólo en su productividad. Mujica creía que el capitalismo debía servir a la gente, no al revés; que el crecimiento sin sentido social era una forma elegante de injusticia.
Y eso requiere de nuestra atención, porque Tamaulipas, con toda su potencia logística y su cercanía con Estados Unidos, ha sido demasiado tiempo rehén de su ubicación. Un estado que vive mirando al norte, muchas veces sin mirarse a sí mismo. La dependencia económica con Estados Unidos, que hoy se expresa en una guerra de aranceles y en declaraciones cada vez más agresivas de Donald Trump, debería recordarnos una lección que Mujica expresó para CNN en el 2022: “Hay que intentar ir creando otra economía en las entrañas de esta economía, sin destrozarla”.
Frente a las amenazas arancelarias, frente al chantaje comercial, frente al cierre del país vecino, Mujica no hubiera respondido con aspavientos, sino con firmeza. Habría insistido en fortalecer el mercado interno, en diversificar las relaciones comerciales, en no poner todos los huevos en una sola canasta, porque, cuando uno depende de un solo socio, ya no es socio, es rehén.
En lo político, Mujica también tendría algo que decirnos, porque algunas regiones siguen atrapadas en inercias de desconfianza ciudadana, de baja participación política, de escepticismo frente a las instituciones. Mujica, que se enfrentó a la dictadura, que vivió más de una década en prisión, que fue torturado y aislado, jamás usó su pasado para justificar el autoritarismo; al contrario, insistió en la democracia como una práctica cotidiana, como un acto de responsabilidad civil. “La democracia no es perfecta. La democracia está llena de defectos porque son nuestros humanos defectos, pero hasta hoy no hemos encontrado nada mejor; por lo tanto, es fácil perderla y es difícil volverla a ganar. Tienen que cuidarla”, decía. Esa pasión a veces parece diluirse en nuestra realidad.
No menos importante, Mujica fue un defensor radical de la paz; no de la paz retórica, sino de la paz real. En un estado como Tamaulipas, atravesado desde hace tiempo por la violencia del crimen organizado, por la disputa de territorios, por las desapariciones y el miedo que se ha instalado en la cotidianeidad de muchas comunidades, sus palabras resuenan con fuerza. “No se puede construir una sociedad sobre el miedo”, decía. En cambio, apostó por políticas sociales, por rehabilitación, por esperanza. Legalizó la marihuana no como acto de rebeldía, sino como un intento racional de quitarle el negocio a los narcos. Su objetivo era simple: quitarles poder sin más sangre.
En el debate sobre seguridad hoy sobran los discursos de mano dura, de militarización, de intervención externa. Incluso, Donald Trump ha ofrecido enviar tropas a México para combatir a los cárteles. Sheinbaum rechazó esa propuesta. Creo que Mujica habría hecho lo mismo, pero también nos recordaría que no basta con decir “no” a la intervención extranjera, hay que construir soberanía con resultados, hay que ganar legitimidad donde más se ha perdido: en los barrios, en las calles.
A Tamaulipas también le hablaría de migración, porque esta tierra es paso y destino, esperanza y dolor para algunos migrantes. Miles de personas atraviesan su territorio buscando el sueño americano, y muchas veces encuentran pesadillas. Mujica, que recibió refugiados sirios en Uruguay, que creyó en la solidaridad como política pública, vería con alarma cómo las fronteras se endurecen, cómo la compasión se criminaliza, cómo se levantan muros, visibles e invisibles. Su mensaje fue claro: “El fenómeno de migración es casi cotidiano en nuestra historia, y conviene tener memoria”.
Y finalmente, Mujica nos diría que no olvidemos lo esencial, que en medio del ruido mediático, de la guerra de cifras, de los discursos que suben y bajan con cada ciclo electoral, hay algo que no cambia: la necesidad de vivir con dignidad, se apostar por la educación, de invertir en salud, de no olvidar a los que no tienen voz. Mujica, el expresidente que donaba su salario, que vivía en una casa modesta, que se bañaba con un vaso de agua en la cárcel, tenía autoridad moral para decirlo.
Hoy, desde algún lugar, seguramente observa con escepticismo este mundo que sigue tropezando con las mismas piedras una y otra vez, pero también con la esperanza de que su legado no se diluya; que inspire, que incomode, que anime a nuevas generaciones a hacer política sin convertirse en cínicos.
A Tamaulipas le hace falta un poco de eso: de rebeldía con sentido, de voluntades que no se olviden de las manos que levantaron esta frontera.
Mail: ct@carlostovar.com
X: @carlostovarmx