Límites y dilemas de la estrategia israelí

Entender el punto en el que se encuentra el conflicto en Medio Oriente requiere algo más que el análisis de lo local. En un escenario complejo, los factores internos y externos no se excluyen, sino que coexisten y se retroalimentan. Por eso, un análisis desapasionado de un conflicto de esta magnitud debe revisar ambos componentes, preguntándose qué motiva a las partes a actuar como lo hacen, qué factores incentivan la prolongación de la violencia y cuáles son los impactos en los reacomodos geopolíticos de la región.
En primer lugar, Hamás -como cualquier agrupación que utiliza el terrorismo como estrategia- no combate a Israel con objetivos materiales, sino con fines psicológicos, simbólicos y políticos. La violencia material es, desde mucho antes del 7 de octubre, únicamente un instrumento para alcanzar esos fines.
Conociendo a fondo la política y la sociedad israelí, Hamás y otras organizaciones lanzaron los ataques de esa fecha con distintas metas: (a) provocar un estado de shock y conmoción en Israel, un sentimiento de vulnerabilidad sin precedentes, acompañado de la percepción de vacío de poder e ineficacia del gobierno; (b) más allá del simbolismo de ese acto de “resistencia”, que tuvo repercusiones tanto en la sociedad palestina como en la israelí, Hamás buscaba -en sus propias palabras- generar un “despertar” global, sacar al mundo de su “letargo”, reposicionar la cuestión palestina en la agenda internacional y, al mismo tiempo, debilitar la posición diplomática de Israel tanto en la región como en el ámbito global (ver NYT, oct, 2023).
Segundo, para lograrlo, nuevamente en palabras del liderazgo de Hamás entrevistado por medios internacionales, era necesario producir un “estado de guerra permanente” (Hubbard y Abi-Habib,2023) en el que los muertos palestinos serían “mártires para una causa mayor”. Esto no es nuevo. El 7 de octubre del 23, Hamás lanza unos 4.000 misiles contra Israel en un par de horas, atraviesa la frontera con miles de militantes para asesinar a alrededor de 1.200 personas y secuestrar a unas 250, sabiendo que estaba activando una trampa que en el pasado ha sido eficaz, aunque esta vez mucho más compleja y sofisticada. La respuesta de un gobierno israelí con componentes de extrema derecha era altamente previsible. Solo que, en esta ocasión, a diferencia de otras, la represalia militar masiva que se esperaba, se iba a topar con condiciones de guerrilla no solo urbana, sino también subterránea. Al construir una red de más de 800 km de túneles -con múltiples niveles y, en ciertos tramos, espacio hasta para vehículos- que atraviesa ciudades enteras y corre bajo infraestructura civil en zonas densamente pobladas, Hamás sabía que a Israel le ocurriría lo mismo que en cada conflicto anterior, pero multiplicado: su ejército lanzaría una ofensiva probablemente sin precedentes, que elevaría el número de muertos, heridos y desplazados y acentuaría la crisis humanitaria. Ese deterioro, al prolongarse -y especialmente ahora que había un número significativo de rehenes para negociar- terminaría por aislar cada vez más a Israel en el plano internacional, minando su apoyo no solo entre adversarios, sino también entre sus aliados tradicionales. El “estado de guerra permanente” acabaría operando materialmente en contra de Hamás y de la población palestina, pero políticamente derrotaría a Israel. Para lograrlo, bastaba con que Hamás se posicionara dentro de la narrativa de la resistencia -la lucha contra el colonialismo y la dominación de Occidente- y controlara la iniciativa sobre cuándo, cómo y qué se contaba acerca del conflicto.
Tercero, por tanto, Hamás no ha tenido incentivos para devolver a los rehenes que aún quedan en su poder o para detener las hostilidades, incluso ante el brutal costo que hemos visto, o al costo de perder a su liderazgo varias veces, la mayor parte de su arsenal y sus capacidades materiales para golpear a Israel. Las acusaciones de crímenes de guerra y genocidio contra ese país ya han resultado en órdenes de aprehensión contra su dirigencia y probablemente se traducirán en sanciones internacionales que apenas comenzamos a ver. Ello, naturalmente, desincentiva a Hamás para cambiar su estrategia actual. Como movimiento de resistencia que se presenta, para alcanzar sus metas, Hamás solo necesita resistir como idea, mientras vulnera la posición e imagen de Israel.
Cuarto. En el lado israelí también existen incentivos para prolongar las hostilidades, que pueden dividirse en dos aspectos fundamentales:
a) Los incentivos políticos de Netanyahu y su gabinete. Un primer ministro que ya arrastraba niveles muy bajos de aprobación enfrentó, tras el 7 de octubre del 23, una crisis política brutal. Recuperar apoyo implicaba no solo desplegar la fuerza de forma inmediata, sino permanecer en el poder el tiempo suficiente para golpear a actores regionales y recuperar, al menos parcialmente, la confianza de su población. Así, a pesar de las advertencias del sector militar y de inteligencia, Netanyahu ha rechazado oportunidades significativas para detener la guerra porque hacerlo pondría en riesgo su coalición, daría paso a elecciones anticipadas que podría perder, y complicaría su situación frente a tres procesos judiciales por corrupción.
b) La óptica del establishment de seguridad. Para ese núcleo, Hamás y la Jihad Islámica son solo una parte de las amenazas que enfrenta Israel. El fracaso del 7 de octubre desató ondas expansivas en toda la región; el temor principal era que Irán y su eje de aliados interpretaran la vulnerabilidad israelí como una invitación a infligirle un daño mayor. Desde esa perspectiva, era imprescindible restaurar la ecuación de disuasión: todos los actores -especialmente Irán y Hezbollah- debían entender que repetir un ataque como el de Hamás sería un error de cálculo de consecuencias inasumibles.
Quinto. Como resultado, y muy por encima de los enfrentamientos anteriores con Hamás (2008-2021), el ejército israelí flexibilizaría sus reglas de combate: castigaría con muchas menos restricciones cualquier lugar donde aparecieran indicios de operativos o arsenales de la organización y destruiría toda la infraestructura posible. La intención sería enviar un mensaje contundente, no tanto a Hamás como a Irán y al “anillo de fuego” que ese país ha tejido con sus aliados regionales. En esta ocasión, ningún daño político, diplomático, legal o reputacional detendría la represalia masiva. Desde una lógica estrictamente militar -en un mundo percibido como anárquico- solo el despliegue de fuerza y la absoluta determinación a emplearla podrían, en su cálculo, disuadir a esos otros actores de atacar.
Es importante matizar lo que señalo aquí. Si bien esa lógica -muy presente en informes y análisis de la comunidad de seguridad en Israel- ha dictado en gran medida la conducta del ejército, también dentro de ese sector ha existido desde el inicio una comprensión clara (reflejada en declaraciones y publicaciones) de que Hamás es, en esencia, una idea que no puede “destruirse” con armas, y que por lo tanto las metas planteadas por Netanyahu eran inviables.
Según información pública, desde aproximadamente mayo de 2024 la cúpula militar ha recomendado en numerosas ocasiones a Netanyahu gestionar ya el fin de las hostilidades y permitir un cese al fuego, aun con los costos que esto podría implicar. Esta oposición a prolongar la estrategia de ocupación masiva de Gaza ha salido ahora mismo a la luz como nunca antes, especialmente a raíz de las declaraciones abiertas tanto del jefe del Estado Mayor del ejército israelí como de otros prominentes militares (ver NYT, 2025). Por tanto, y a diferencia de lo que ocurría antes de esa fecha, el incentivo principal para continuar la guerra hoy proviene mucho más de la política interna israelí que de su estrategia de seguridad.
Dicho esto, conviene añadir más piezas al análisis. Aunque Irán y su red de aliados decidieron no involucrarse de manera frontal y a gran escala en el conflicto que estalló entre Israel y Hamás en octubre de 2023, sí aprovecharon la coyuntura para abrir otros frentes y generar desgaste emocional, psicológico e incluso económico en Israel. Desde Hezbollah en Líbano hasta las milicias proiraníes en Siria, Irak y los houthies en Yemen, diversos actores se sumaron a la ofensiva lanzando drones y misiles contra Israel desde el mismo 8 de octubre de ese año. Frente a ello, Israel optó por imponer costos a cada uno de esos actores y, en particular, a Irán como su principal patrocinador. Así, las hostilidades escalaron principalmente entre Israel y Hezbollah durante 2024, seguidas de ataques directos y de una guerra más amplia entre Israel e Irán en 2025, además de las ofensivas israelíes contra los houthies en Yemen desde 2024 hasta la actualidad.
Sexto factor: El resultado está a la vista. Los éxitos de la inteligencia israelí y su capacidad de golpear a actores ubicados en geografías muy lejanas le otorgan dividendos que -en el terreno militar y, sobre todo, en su poder disuasivo- superan incluso las vastas pérdidas del 7 de octubre de 2023. Hezbollah ha perdido a su liderazgo, sus canales de comunicación y de mando, y, sobre todo, la determinación de seguir dañando a Israel por ahora. Irán, por su parte, también ha visto afectado buena parte de su liderazgo, una fracción de sus instalaciones nucleares y de sus sistemas de defensa, pero, sobre todo, su capacidad de convencer a otros de que sus amenazas tenían verdadera solidez.
Séptimo: Frente a esa serie de realidades, la posición de Washington ha variado de manera considerable. Estados Unidos lleva muchos años intentando replegarse de la región, pero tras el 7 de octubre de 2023, Biden fue duramente criticado por haber permitido que Irán y su eje de aliados crecieran, lo que terminó beneficiando a Hamás. Su primera respuesta, entonces, fue, además de incrementar sus despliegues militares, brindar un apoyo irrestricto e incondicional a las ofensivas israelíes. Sin embargo, conforme el tiempo avanzó y la crisis humanitaria en Gaza se profundizó, Biden se fue frustrando cada vez más con Netanyahu, al punto de condicionar relativamente su respaldo. No obstante, el regreso de Trump ha implicado prácticamente un cheque en blanco para el primer ministro israelí. Más allá de momentos puntuales en los que también Trump se muestra frustrado por la agresividad con la que Netanyahu actúa, pareciera que hoy Israel no enfrenta -no digamos oposición- sino siquiera límites mínimos o algún tipo de restricción desde Washington.
En suma, como resultado de la combinación de todos los factores anteriores, hoy conviven varias realidades al mismo tiempo. Por un lado, vemos a Israel operando con cada vez menos restricciones en la región, con la capacidad de imponer sus intereses de seguridad y de actuar en función de ellos, mostrando su determinación y asumiendo los costos políticos, legales o diplomáticos que sus acciones generen. El mensaje central está dirigido a Irán y a toda su red de aliadas, pero también ha sido recibido por otros países y actores de la región, ante lo cual Estados Unidos, bajo Trump, no muestra disposición a oponerse, asumiendo que pudiera hacerlo.
Al mismo tiempo, y pese a todas sus victorias frente a Irán y varias de sus aliadas, Israel cumple casi dos años de combatir a Hamás sin alcanzar la victoria total que Netanyahu había prometido. Con pocas excepciones, ha sido incapaz de liberar a los rehenes por la vía militar; únicamente negociando con la agrupación terrorista ha conseguido avances. Tampoco ha logrado la rendición absoluta e incondicional de Hamás o de la Jihad Islámica. Por el contrario, a pesar del devastador daño material y humano que sigue sufriendo Gaza, estas organizaciones conservan incentivos para resistir y continuar su lucha, prolongando la trampa trazada desde el inicio: mientras más fuerza despliega Israel y más duro golpea a Gaza y a su población, más se erosiona ese país en el plano simbólico, político y diplomático. Palestina, en este contexto, se encuentra en una posición muy distinta a la de hace un par de años en términos de posición y reconocimiento. La imagen de Israel y su aislamiento internacional no tienen precedentes. Así que todo lo que Israel ha logrado en la esfera militar y en el restablecimiento de su capacidad disuasiva en toda la región, ha sido insuficiente para generar condiciones que permitan poner fin a esta guerra de enormes consecuencias y sufrimiento humano.
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