Donde vayas, hay vallas

Dicen los de la generación Z no ser de izquierda ni de derecha.
Agreguemos que tampoco están dispuestos a tragarse el cuento de que el país tiene remedio si seguimos obedeciendo a los mismos que lo han descompuesto.
Y en ese espejo, muchos mexicanos -la inmensa mayoría silenciosa que no milita en ninguna iglesia política- nos reconocemos.
Somos los que ya nos cansamos de conducirnos como si no pasa nada, de agachar la cabeza frente a la violencia, frente a mentiras institucionalizadas, frente al manejo patrimonialista de las finanzas, frente a un endeudamiento que crece como si fuera dinero de Monopoly, frente a los políticos ineficientes, ladrones y satisfechos de sí mismos.
Ese México, el de los ciudadanos hartos, es el que hoy vive tras vallas, pero no porque se quiera proteger del gobierno, sino porque el gobierno ya solo puede gobernar resguardado detrás de ellas.
La marcha del pasado sábado -la más violenta en mucho tiempo- dejó claro que algo se rompió de manera definitiva.
Encima de un reclamo legítimo, aparecieron los encapuchados profesionales, ese gremio oscuro, ese bloque negro de mal presagio, preparados, entrenados, ¿Quién los patrocina? ¿Quién los entrena? ¿A quién le rinden cuentas? ¿En qué sótano se decide su intervención para desvirtuar lo que era un clamor ciudadano? En México cada vez que la gente quiere protestar en paz, aparece esa mano invisible que incendia la calle para oscurecer la causa y la pregunta es inevitable: ¿Quién gana con el caos?
El sacrificio de Carlos Manzo dejó de ser un hecho aislado para convertirse en un despertador colectivo.
¿Será éste el inicio de un movimiento que no busca venganza, sino poner un alto al abuso desde el poder y la violencia que lo acompaña como sombra? A veces los países cambian cuando su juventud decide no seguir heredando su derrota.
¿Será la generación Z la que nos deba marcar el rumbo? Jóvenes entre 18 y 27 años que hablan claro, sin reverencias ni adulando, sin complicidad y sin miedo.
¿Es la generación que no vio al México de antes, pero si ve como el de ahora se nos deshace entre los dedos? Y en tanto, los adultos parecemos espectadores impotentes y resignados de una pelea entre dos bandos dedicados a acusarse mutuamente: unos son corruptos, los otros farsantes; unos son mentirosos, los otros desmemoriados; unos hablan en nombre del pueblo, los otros también.
Estrategia barata en que ambos se ostentan como representantes protegidos y respaldados por "el pueblo", pregonando la fuerza que les da "el pueblo", como si no fuera precisamente "el pueblo" quién paga los platos rotos.
¿A quién irle? ¿Al gobierno de Morena, que sigue mostrándose como víctima, mientras gobierna blindado entre vallas? ¿O a los llamados conservadores, que prometen orden, pero cargan con su propio historial de cinismo? La salida no será rápida ni cómoda, pero existe: reconstruir un sentido mínimo de ciudadanía, exigir rendición de cuentas sin colores, y dejar de delegar el país a los que sólo saben dividirlo.
Quizá lo verdaderamente radical sea eso, que la gente común se canse de obedecer y empiece, por fin, a exigir.



