Columnas - Manuel Rivera

Con la lucha libre… ¡No!

  • Por: MANUEL RIVERA
  • 07 SEPTIEMBRE 2025
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Con la lucha libre… ¡No!

Desde que tuve mediana conciencia para entender que algunas películas de “El Santo, el Enmascarado de Plata”, producidas con presupuestos menores tenían mayor profundidad que cintas extranjeras de abundantes recursos y escasas ideas, empecé a respetar la lucha libre, deporte-espectáculo que en las películas del referido personaje se defendía la justicia a costa de la vida, sin más armas que la inteligencia y fortaleza física resultado de la disciplina.

Más adelante, cuando pude asistir por mis propios medios a las arenas, me cautivaron las catarsis colectivas motivadas por actores y atletas que encarnaban las fuerzas opuestas del sistema y daban al espectador la oportunidad de desahogar inconformidades contra ellas, lo mismo a través de la imprecación maternal surgida de lo más hondo del alma del asalariado en gradas, proferida contra quien lo humillaba por su condición social, que gritando con furia para señalar al abusivo protegido por la autoridad corrupta.

¿Cómo me atrevería a comparar con la lucha libre la hoy tan comentada trifulca en el Senado de dos personas distantes de los valores del pancracio y representantes, a final de cuentas, de una misma fuerza convenenciera sólo distinta por sus máscaras?

Respetado lector, ¿alguna vez ha sentido hartazgo por la rutina de su trabajo? En mi caso, estoy hasta “el copete” por leer diariamente reportes “políticos” que se agrupan a favor o en contra del régimen, y luego se subdividen en especulaciones, chismes, rumores, alabanzas o deseos de que todo le salga mal al otro bando.

Claro que hay contenidos de índole política profundos y capaces de distinguir medios tonos, no obstante, percibo que una buena parte de la información relacionada con este tema rebaja una de las más altas expresiones de la civilización, para convertirla en un mero distractor de asuntos sustantivos.

El hartazgo que me provoca la banalización de la política o, en el mejor de los casos, su irrespetuosa comparación con el respetabilísimo deporte-espectáculo de la lucha libre, me traslada al siglo pasado, donde cuenta la leyenda que en México existió un instituto político llamado Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Autodenominado como el legítimo heredero de la Revolución de 1910, el PRI ondeó entre sus banderas la del “sufragio efectivo, no reelección”, ambos conceptos muestras clásicas del humorismo basado en contradicciones, el primero en la época hegemónica de ese partido y el segundo en sus pompas fúnebres encabezadas por su actual dirigente reeleccionista.

Como suele suceder en toda organización humana, ni todos sus integrantes eran demonios ni todos poseían alas angelicales. Ejemplo de ello era uno de los fotógrafos veteranos que laboraba para el Comité Directivo Estatal de Nuevo León en la década de los 80, hombre de trabajo en una época aún heroica para la fotografía, donde tan rápido debía ser para encuadrar como para revelar e imprimir sus retratos a comercializar, en ocasiones todavía húmedos.

Posiblemente sexagenario, ese hombre de la cámara mostró al veinteañero de ese tiempo un enfoque sobre la política que ha sobrevivido lo mismo a los dinosaurios que a los neoliberales.

Previo a un acto partidista, me dijo orgulloso que acababa de hacer una compra que estrenaría ese día. “Es un lente especial para política”, expresó con seriedad y convicción.

Conocía objetivos para trabajar con la luz existente, para fotografiar eventos deportivos o para captar la vida en la naturaleza, entre otros usos, pero era la primera vez que escuchaba acerca de un lente diseñado para actos políticos.

Con curiosidad le pregunté sobre las características de su adquisición, obteniendo como respuesta una sonrisa de alegría: “Es un objetivo de 28 mm, especial para tomar fotos de grandes grupos”.

El hombre se refería a un gran angular que facilitaría su labor para captar multitudes integrando primeros planos de sus clientes políticos. Asumía que la esencia de la política era reunir masas y que ni la mejor propuesta posicionaría a un político tan alto como una imagen rodeado de numerosos fieles.

Este registro de mi memoria, aunado a los hechos recientes que han capturado la atención de muchos medios de comunicación masiva, me lleva a admitir la realidad en la que durante tantos años me desenvolví.

La política en su dimensión cotidiana es la manipulación de las carencias y aspiraciones de la mayoría con la cual la plutocracia legitima acciones dirigidas al logro de sus objetivos particulares; es, además, sinónimo de intriga, servilismo y complacencia para ocupar puestos en la pirámide del poder y traficar con influencias.

Empero, paradójicamente la misma experiencia laboral me permite afirmar que en su estado puro la política es el ejercicio de proponer y convencer a los pueblos para avanzar hacia un rumbo común de progreso, conciliando intereses y entendiendo aspiraciones.

Sí, mañana despertaré leyendo comentarios políticos como si estuviera hojeando alguna revista de famosos del espectáculo, pero seguiré soñando el resto del día en un futuro mejor, merced a la política.

riverayasociados@hotmail.com


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