Silencio con olor a pólvora

La música se apagó. El eco de los últimos acordes del Grupo Fugitivo, una joven agrupación norteña, quedó sepultado por el silencio que deja la violencia cuando arrasa con todo. El caso estremeció al estado entero, no sólo por lo doloroso, sino por lo profundamente simbólico. El hallazgo de cinco cuerpos que corresponden a los integrantes desaparecidos sacudió la memoria colectiva de una ciudad que, desde hace más de quince años, ha aprendido a vivir con miedo, a continuar con la vida, aunque la sombra del crimen organizado se proyecte sobre cada esquina, cada negocio, cada familia.
Reynosa no es una ciudad ajena al sufrimiento, ha sido testigo de múltiples etapas de violencia, desde los enfrentamientos armados hasta la más reciente expansión del crimen como una estructura paralela que cobra piso, extorsiona, secuestra y asesina sin freno. Lo que antes eran hechos esporádicos en la mancha urbana, hoy se sienten como parte de un sistema que muta y crece. La ciudad, generosa y trabajadora, ha recibido a miles en busca de oportunidades; sin embargo, el abrazo que alguna vez dio esperanza se siente hoy atrapado entre el temor y la resignación.
El caso del Grupo Fugitivo es una herida abierta. Cinco jóvenes, entre ellos un representante, desaparecieron tras acudir a una presentación privada en la colonia Rancho Grande. Cámaras de seguridad los captaron ingresando al lugar, pero no hay registros de su salida; luego se supo que el lugar donde tocarían no era más que un terreno baldío. Su camioneta apareció sin logotipos y se detectaron rastros de sangre. Lo que siguió fue una búsqueda desesperada, familiares, ciudadanos, músicos y colectivos de desaparecidos se unieron, protestaron frente a la presidencia municipal y en el puente internacional Reynosa-Pharr con el deseo de encontrar con vida a los integrantes de la banda.
Pero la esperanza se rompió. La Fiscalía confirmó que los cuerpos encontrados en un predio de la misma zona, presuntamente, correspondían a los músicos. Nueve personas fueron detenidas y se aseguraron armas y vehículos.
Este caso es especialmente devastador porque refleja hasta qué punto la presencia criminal ha invadido, desde hace muchos años, todos los rincones de la vida cotidiana en Reynosa. Lo que alguna vez fueron excepciones, hoy son parte del paisaje social. Lo sabe usted y lo sé yo, es del dominio público: negocios que pagan extorsión, calles marcadas por la violencia, niños que crecen sabiendo qué hacer cuando hay una balacera, jóvenes que aprenden a evitar ciertas zonas, ciertos horarios, ciertas personas. No hay familia en Reynosa que no tenga una historia ligada, directa o indirectamente, a la violencia. La inseguridad se ha convertido en una experiencia transversal, un enemigo silencioso que acompaña al ciudadano en el trayecto al trabajo, en las reuniones familiares o de amigos, en las decisiones más básicas del día a día.
Este fenómeno ha generado un daño profundo en el tejido psicológico de la ciudad. No se trata sólo de estadísticas, sino de una fractura emocional acumulada. Hay generaciones enteras marcadas por el miedo, por la incertidumbre, por la falta de horizontes. La juventud, que debería construir sueños, crece con la convicción de que el crimen lo ve todo, lo escucha todo, lo controla todo. El luto se ha convertido en rutina y, la esperanza, en un acto de resistencia silenciosa.
La muerte de los integrantes de Grupo Fugitivo también simboliza algo que va más allá de la violencia puntual: representa la imposibilidad de crear, de expresarse, de tener una vida normal en una ciudad que ha sido atrapada por fuerzas que no se detienen. No es sólo la pérdida de cinco personas, es la pérdida de lo que podrían haber sido, de su música, de sus familias, de su futuro. Y es también el recordatorio de que en Reynosa cualquier persona puede desaparecer, de que nadie está completamente a salvo.
A pesar de todo, la ciudad sigue...porque Reynosa, como tantas ciudades heridas de México, no se rinde. Hay desarrollo, hay industria, hay trabajo, hay esfuerzos institucionales, pero el costo humano es inmenso. Se ha avanzado, sí, pero se convive con un dolor que rara vez se expresa a fondo. La sociedad ha aprendido a endurecerse, pero ese endurecimiento también significa desgaste, agotamiento, desconfianza. Significa una vida vivida a medias, con los sentidos alerta, con el alma en pausa.
La pregunta no es solo cómo sucedió esto, sino hacia dónde vamos. ¿Qué nos dice este caso sobre el estado del país? ¿Qué le espera a Reynosa en los próximos años? ¿Cómo se reconstruye una comunidad donde la maldad ha tocado prácticamente cada puerta? Los que se fueron ya no volverán, pero los que quedan necesitan paz, necesitan una ciudad donde el miedo no dicte las reglas.
Reynosa se encuentra al borde de un precipicio social. Una ciudad que abrió los brazos al progreso, a la inversión, al movimiento económico, hoy lucha por no perder más terreno entre las sombras. Las nuevas generaciones enfrentan un laberinto donde cada salida parece un espejismo.
No es justo que los sueños se apaguen con balas, que personas desaparezcan al buscar ganarse la vida con su música o que ésta se convierta en una sentencia de muerte. Que no se nos olvide que cada silencio impuesto por el miedo es una derrota para todos.
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