Columnas - Mauricio Meschoulam

¿Qué es -y qué no es- terrorismo? ¿Por qué importa definirlo bien?

  • Por: MAURICIO MESCHOULAM
  • 10 DICIEMBRE 2025
  • COMPARTIR
¿Qué es -y qué no es- terrorismo? ¿Por qué importa definirlo bien?

La palabra terrorismo se encuentra políticamente cargada. Es común que, en discursos, en círculos políticos o en la discusión de la agenda pública, se llame terrorista a opositores o a grupos rebeldes, o bien, se declare que cierta persona o grupo “no es un terrorista” pues es un “luchador por la libertad”, o un “miembro de una resistencia legítima”. O incluso se llega a señalar que el terrorista no es el grupo atacante, sino el Estado que responde con violencia ante ese ataque, comunicando la idea de que quien ejerce “más” o “peor” violencia, es “más terrorista”. Es legítimo emitir opiniones, pero la cuestión es que acá se omite el tema central: El terrorismo no es cualquier violencia que nos parece “elevada”, “extrema” o “inhumana”. El terrorismo es una categoría muy específica de violencia con características propias y distintas a las de otras clases de violencia que pueden ser más o menos letales que ésta. El terrorismo no está determinado por su grado de letalidad, sino por los efectos psicológicos que causa y la única razón para categorizar cierta violencia como terrorismo es poderla estudiar, entender y abordar de manera específica y diferente de otras clases de violencia. Así que, en efecto, alguien puede estar luchando por la libertad de su pueblo, o por una causa ideológica o religiosa, o bien, tener metas de “resistencia”, pero si para ese efecto, emplea tácticas terroristas contra civiles o no combatientes, dejar de clasificar al acto como lo que es, solo ocluye tanto los factores subyacentes a esa violencia como potenciales soluciones para mitigarla.

Hacia una definición de trabajo que pueda funcionar

Decir que no hay una única definición de terrorismo es ya, en nuestros tiempos, un lugar común. Como dije, uno de los mayores problemas al intentar definir un término como ese, es que se trata de un vocablo políticamente cargado. Nombrar a alguien como “terrorista” es colocarlo, automáticamente, del lado del “mal”. Los gobiernos toman decisiones acerca de cuándo y cómo designar a determinado grupo u organización como “terrorista”, para unos años después, bajo condiciones distintas, eliminarle la etiqueta. Muchas veces sus decisiones no están basadas en la naturaleza de esta manifestación concreta de violencia, sino en las agendas políticas que los llevan a optar por clasificar a cierto actor como terrorista o cierto estado como patrocinador del terrorismo. Del mismo modo, sin embargo, hay otros actores políticos que acusan de “terroristas” a determinados estados a causa de los métodos que éstos utilizan para combatir a sus enemigos. Por tanto, la palabra terrorismo es malentendida como “cualquier clase de violencia extrema”, sin distinciones. El problema es que cuando un término deja de definir las fronteras entre lo que abarca y lo que no abarca, entonces ese término deja de ser útil.

A pesar de reconocer la polémica existente acerca de las definiciones de terrorismo, para efectos académicos se requiere adoptar determinados parámetros que distingan a esa de otras clases de violencia. Primero, porque se trata de un fenómeno que sí existe. Segundo, porque es un fenómeno distinto de otros fenómenos. Tercero, porque voluntaria o involuntariamente, confundir manifestaciones de violencia que son diferentes, no solo no ayuda a la comprensión, sino que dificulta el diseño de estrategias eficaces para erradicarlas o al menos mitigar su impacto.

Los autores Schmid y Jongman (1988/2010) efectúan una muy amplia revisión bibliográfica sobre las definiciones de terrorismo e identifican, en la literatura sobre el tema, la repetición de ciertos elementos como los siguientes: (a) “violencia” o “fuerza” aparece en 83.5% de las definiciones, (b) “política” en 65%, (c) “miedo” o “énfasis en terror” en 51%, (d) “amenazas” en 47%, (e) “efectos psicológicos” en 41.5%, (f) “diferenciación entre víctimas directas y blancos reales del ataque” en 37%, (g) acción “planeada”, “sistemática” u “organizada”, en 32%, (h) “métodos de combate”, “estrategia”, “tácticas”, en 30%.

El Instituto para la Economía y la Paz (IEP), que publica anualmente el Índice Global de Terrorismo, utiliza, para su análisis de información, la base de datos del National Consortium for the Study of Terrorism and Responses to Terrorism (START) de la Universidad de Maryland. Esta base de datos, una de las más empleadas para el estudio de esta clase de violencia, clasifica a un acto como terrorista si (a) éste fue un acto intencional, (b) fue perpetrado por un actor no-estatal, (c) hubo uso o amenaza del uso de violencia contra personas o propiedades; y si además cumple con al menos dos de los siguientes tres elementos: (1) el acto violento incluye evidencia de la búsqueda de una meta política, económica, religiosa o social, (2) el acto violento incluye evidencia de intención para ejercer coerción, intimidar o transmitir cualquier otro mensaje a una audiencia mayor que a las víctimas inmediatas, y (3) el acto violento viola alguno de los preceptos de la ley internacional humanitaria (IEP, 2024).


Continúa leyendo otros autores